miércoles, 8 de junio de 2016

SOY UN VIRUS

Señor, ¡cuidado! Su hijo puede estar leyendo esto.

Memorias de un muchosflecha indecente 


Enrique Symns no se cansa de decir que ya tiene sesenta años y que quiere vivir en la leyenda. 
Con su melena de canas largas encarna una especie de profesor Locovich diabólico, que afirma 
que no se avergüenza de no tener nada: “Esta ropa que tengo puesta no es mía, me la regalaron”, 
se confiesa mientras se le escapa su rosada panza por entre los huecos de una camisa a la que le 
faltan algunos botones. 
  
De allí surgió su Teoría del Complot, por la cual afirma: “todavía hoy, que la humanidad está
 controlada por leyes absurdas, considerando la familia y el hogar como uno de los instrumentos
 de dominación que posee el sistema”. En este contexto, aparece el espacio de lo salvaje del bar
 como lo opuesto a la domesticación familiar. 

¿Qué te sugiere que en Castelar haya un bar que se llame Tarzán? 

Y mirá, dentro de lo que es la construcción tremenda que esa la ciudad, que consiste en la 
eliminación de toda trasgresión con lo regular de sus calles y sus veredas, es la encarnación 
del capitalismo. Te educan desde niño para tres cosas: estudiar, trabajar y casarte. 
Eso es el proyecto de la ciudad. Y ahí se terminó la aventura. Dejás de ser un niño y 
te convertís en uno de esos bastardos que andan por acá. El bar, ante esto, es el último
 lugar en donde todavía existe la aventura posible de que te pase algo distinto.
 En los otros lugares nunca te va a pasar más nada, ¡y menos en el hogar! En el bar entonces 
están las conversaciones transgresoras, están los amigos marginales, los intelectuales, las putas. 
Hasta los posibles romances. Por lo tanto lo llamo la selva. De ahí puede estar la posibilidad 
de ser un Tarzán, aunque sea por un rato. Porque el bar, si bien es el último reducto, la última porción
 de selva que le queda a la ciudad, es muy pequeño. 

El repaso por el oeste nos lleva a los vagos recuerdos de Enrique por esta zona y sus visitas al
 Indio Solari cuando residía en Ramos Mejía. Pero como en esta vasta porción de tierra todo
 está conectado, de allí nos vamos a Hurlingham y su música. 


Lo último que había escuchado de vos antes de los libros fue el tema “Soy un virus”, 
que grabaste con los uruguayos de La Tabaré. ¿Con esto te referís al viejo complot? 

Sí, pero es algo serio. Lo he hablado con virólogos. La palabra es un virus traído por 
extraterrestres para dominarnos. Ellos se alojaron en el cerebro de los monos hace 
millones de años y les enseñaron a hablar para poder sobrevivir. Cuando los monos 
hablaban ellos respiraban. Pero es una teoría que no es mía. Lo podés rastrear en 
Tótem y tabú de Freud o en El trabajo de Burroughs. Porque el origen de la palabra es 
un misterio, pero lo han logrado junto con otras invenciones: palabras, letras, el dinero,
 el trabajo, Dios. Imaginate, ¡la nada! 



¿Y la noción del tiempo cómo juega? 

Otra invención. Porque los científicos se olvidan de que el tiempo y el espacio no existen, 
son leyes creadas por la mente. ¿Qué es lo que nos transforma en esta especie de monos especiales? 
La invención del calendario. Porque, como diría Artaud, cuando crearon el reloj 
“nos hicieron esclavos de nuevo”. Nos sacaron el grillete de los tobillos y lo pusieron en la pulsera.
 El reloj te mata, te va envejeciendo, te va destruyendo la vida. Por eso es hermoso ver a un hombre 
con el ojo de un tigre acechando al tiempo para matarlo. 



¿La educación es parte del complot? 

Al final tenés que estudiar porque tenés que aprender a utilizar el lenguaje. 
Yo veo a los niños chiquitos y es maravilloso. Un niño hasta los tres años vive 
7 mil años, porque no existe el tiempo. Luego, con el lenguaje, se le empiezan 
a transmitir conocimientos, como el tiempo. Lo agarra una maestra y lo convierte 
en un panadero, en un estudiante de sociología, ¡en una mierda! Sin sueños, sin poesía.
 ¿Cuántos quedan que sobreviven a ese matadero de almas en que consiste la educación?
 Porque un ser humano lo que tiene que hacer es nunca dejar de ser niño. O sea, ser un duende.
 Porque un duende es eso: un ser escondido en el rostro de un viejo. 



¿Y ser un duende qué implica? 

Nunca rendirse. No saber nada. Es como si vos fueras el extraterrestre que mira a los mandriles vivir... 
y encima una vida impiadosa, desagradable. ¡Viven en parejas! No conozco una sola pareja que sea
 feliz. Se casan y dejan de flotar. Empiezan a preocuparse, dejan de coger, de besarse la concha. 
Se convierten en cajas de seguridad, cuidan la economía. Porque la base del capitalismo no es
 la familia, es la pareja. La base de la maldición del mundo es que un hombre y una mujer se enamoren.
 El amor es una psicosis colectiva. Cuando el hombre se enamora se convierte en un imbécil, 
en un degenerado. Lo dijo Freud: “el encuentro entre el hombre y la mujer es imposible porque 
cuando el hombre se enamora busca a su madre”. Y la mujer busca en el hombre a Dios, busca
 algo más misterioso, pero no lo encuentra. Ninguno encuentra al otro. Entonces se forma 
ese nido de frustraciones donde comen, duermen, cagan, tienen hijos y reproducen la maldición. 


Vos siempre dijiste que la única manera de escapar al Complot era a través de la locura.
 Hoy en tu obra Un guión... el discurso que primero es políticamente correcto cambia cuando
 las drogas hacen efecto. ¿El punto de contacto es que el gobierno del inconsciente es lo que
 permite sustraerse, aunque sea por un momento, del Complot? 
Puede ser. Yo, por ejemplo, a la locura la pude experimentar a través de las drogas. 
La que más me llevó adentro fue la cocaína. No el ácido lisérgico o la mezcalina que me
 metieron en experiencias excepcionales o que me asustaron. La cocaína es la que me introdujo
 en el manicomio de mi cerebro, que es como una radio en la que hablan los demás. Porque yo 
soy un sujeto hablado, en el que hablan mis padres, mis abuelos, no yo. Entonces cuando vos
 tomás cocaína y te pasás días sin comer y sin dormir, llegás a lugares del cerebro impensados.
 Nietzsche lo decía así: “cuando vos mirás el abismo, el abismo te mira. Y le gustás”. 
El inconsciente quiere que vos hagas eso, que sufras para que él goce. 



En tus notas y libros es constante la mentira, como citar autores o firmar con nombres falsos. 
¿La mentira es un recurso para salir del Complot? 

Pero esas no son mentiras, son trucos lingüísticos. Por ejemplo: si yo tengo algo importante para
 decir se lo adjudico a otro, porque si lo digo yo nadie me da bola. Pero la mentira es otra cosa. 
Por ejemplo, vos estás casado. Conocés a una chica, te la cogés. Vas a tu casa y no tenés por qué
 contarlo. ¿Por qué vas a hacer daño? Eso es una mentira. Hay derecho a tener secretos. 
Pero te dio el teléfono. La llamás y le decís a tu mujer que vas a trabajar.
 Dos mentiras dan un engaño. Y después con el tiempo se hace tu amante. 
Muchos engaños dan traición. Entonces la gente está acostumbrada a traicionar. 
Todos viven traicionando. 

¿Vos por qué creés que los rockeros no me dan bola? Tipos que son ricos, 
que hasta hace poco tiempo veía. Porque yo soy testigo de esa traición que hicieron. 
Porque siempre quisieron eso: tener una pileta llena de conchas, con cámaras de video, 
sanguches de solomillo de no sé donde y viajar en un avión con el jet-set. 


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